10 jul 2016

EL DÍA DEL PATIO DE LOS OBJETOS (8 DE JULIO DE 2016)


De vez en cuando, solo de vez en cuando una frase que lees o una imagen que observas, te  saca  del espiral donde reptamos siguiendo el ritmo o tratando de seguirlo. Y nos reconocemos. Sabemos que no somos los únicos que nos preguntamos si  escribir bien  tiene  que ver con  seguir a los autores  o  si una buena obra, un cuadro, una pequeña animación, sin palabras, dirá mucho más en lo que calla que en  las palabras pronunciadas.  Anidamos  nuestra imaginación en una memoria de identidades cercenadas por el progresismo y la incertidumbre  y  tenemos miedo de sacar la voz o los colores propios. 
De vez  en cuando  esa voz  te dice lo que sospechabas y te vuelves sospechosa, sospechando que  no es verdad que somos pobres y tercer mundistas. ¿De qué nos sirve la historia universal si nos estamos en ella? No  la escribimos nosotros. No la escribimos, pero vean nuestros colores. Las plumas de las  aves  en el amazonas. Los tejidos de los mayas  o   de los pueblos  andinos. Cada capa de color  grita en silencio.  ¿Saben leer el silencio? ¿Saben leer los gestos? Muchas palabras     que se dicen  fracturan el  concepto. Lo que se quiso decir  quedó  encerrado en unas cuantas letras  y al arbitrio de la comprensión de la humanidad. Pero  la  humanidad  solo se comprende a sí misma. ¿Nosotros? Somos los otros. Los que  estábamos aquí. Somos los enmascarados, porque tratando de  comprendernos  nos pusieron bajo la máscara   blanca que reúne todos los colores, los uniforma.  Solo bajo  la capa de blanco nos es posible tratar de expresarnos. En su lenguaje, porque  esta lengua  no es nuestra.
De vez en cuando reconoces  una imagen, una voz,   letras  y colores que te hacen sospechar que todo lo dicho es solo una parte, una pequeña parte de  lo que es. Y aquello que es,  se encuentra   a la espera de su tiempo, a la espera del retorno de los tiempos  anteriores. Cuando éramos nosotros y no una copia de  blanco.
Allí está. Con sus objetos y sus amigos de la infancia. Ana la que pinta, Ana la que escribe, Ana la que crea.  Llega  con sus colores, sus objetos arrinconados, llega  con sus  espejos escondidos tratando de reflejar  un tiempo,  descubriendo  que  la clave no está en la forma  sino  en la estrategia que emplea para levantar   el viejo cajón  donde se esconden los muñecos. Nos  hace danzar por el patio de los objetos, queremos quedarnos en ese lugar donde reconocemos a la niña o al niño que fuimos.  Queremos  quedarnos en el patio  de los objetos, mirar  bajo los muebles, trepar por ellos,  abrir los cajones. Nos  dan ganas de jugar ¡Es injusto que la infancia dure tan poco!  Pero tranquilos, vino Ana y dominó a los  monstruos que viven en el árbol de mango. Gracias  Ana, porque pintas, gracias  Ana, porque  no tienes  miedo.


(Vero Grünewald)
Escribe cuentos
http://grunever.blogspot.cl/