24 jul 2017

Fanzine. Ser optimista y otras catástrofes.

Texto para Fanzine: Ser optimista y otras catástrofes.
Editorial: La mujer rota 2017


La casa larga
ana brett


En los juegos solitarios construimos un mundo, no era difícil, la casa se prestaba para eso, era extraña y nos ayudaba. La sala tenía el estilo de no se sabe qué, paisajes de cascadas, lámparas egipcias, muebles blancos y paredes verde botella. A mi madre todo se le quedaba roto en las manos, los floreros, los utensilios de la cocina, quizás por eso decidió empapelar las paredes para llenar la casa con algo.

La vieja que vivía detrás vino a tocar la puerta. Nos dejó un paquete encima de la mesa. “Para las niñitas”, le dijo a mi madre.
Era una caja de cartón sostenida con una cuerdita de fique. Una caja ordinaria, sucia. Viva por dentro. Algo tenía adentro. No eran gatos, se notaba. Unas greñas salían por entre las alas de la caja. Greñas rubias.

Mamá dejó la caja sobre la mesa. La olvidó allí. Estuvo toda la tarde con el sol pegándole. No nos atrevimos a moverla. Qué podría salir de allí que pudiera gustarnos.

La hemos vigilado. Pero nos quedamos dormidas esperando que algo saliera de allí. Nuestra vida tuvo que volver a la rutina, y nos fuimos por la merienda de la tarde. El sol insistía en entrar a la casa, pero alcanzaba solo a alumbrar la mitad de ella, igual atravesamos ese fondo negro para alcanzar a ver a la anciana tendiendo sábanas en las cuerdas.

Nos quedamos observando hasta que se nos acalambraron las piernas, hasta que se metió el sol y se alargó la brisa. La brisa fría después de las seis. Con la cámara de rollo le hicimos una foto a las sábanas colgadas de la vieja, luego a la pared desteñida. Nadie tenía tiempo para pintarla. Nuestra madre llegaba a casa muy tarde. Escuchábamos sus tacones por el garaje después de estacionar su carro. No terminaba de sacárselos cuando ya caía muerta sobre la cama. “Prepárense un pan”, nos decía. Le dejábamos uno sobre la mesa de noche y amanecía ahí rodeado de mosquitos.

Pasábamos horas contemplando la casa, las horas iban y venían. A ratos en la sala se producían eventos. Los vestidos de mamá desfilaban por encima de las mesas. Cuando la veíamos levantarse recogíamos todo para que no nos regañara. La vimos tomarse un café en la mesa del comedor y tocar la caja con la yema de los dedos. Luego subió las escaleras con su taza en la mano.

Prendimos la luz de nuestra habitación, que ya se había puesto fría. No abrimos las ventanas. Nos quedamos observando las hojas negras en el piso. Afuera el árbol de mango. Afuera la brisa las batía. Era la luna la que pintaba tanta hoja en el piso. Éramos nosotras las que dejábamos que se reprodujeran por las paredes porque no nos gustaba cerrar las cortinas.

Nos dormimos, pero no sabíamos con certeza, cuando tiempo llevábamos con la misma ropa puesta. Las noches se nos volvieron muy largas. El azul de afuera parecía infinito.

Sabíamos que la caja había estado abajo desde hace bastante tiempo. Y no nos dejaba dormir. Saber que algo podía salir de ella para buscarnos, algo subiría las escaleras. Afuera las sábanas aún rebotaban con el viento frío, una luz encendida, un pequeño bombillito que no te permitía cerrar los ojos.

Desarrollamos un lenguaje propio. Nos mirábamos y hablábamos bajito, así nos entendíamos. No era mi madre sino ella la que sacaba una pijama para ponérmela sobre la cama con un par de medias. Encendió el televisor y nos metimos en la cama a ver algo en la pantalla. Una vieja con un pato, hablando en inglés, presentó una historia, a la cual entramos con gusto; un desfile de colores y gente bailando en un patio de piso amarillo. En la siguiente escena los vimos aparecer, los vestidos de mamá desfilaban en un fondo azul profundo, uno detrás del otro. Una mujer empezó a vestirse con ellos mientras cantaba.

Recordamos que esa tarde, habíamos colgado los vestidos en el árbol de mango y allí los olvidamos. A esas horas tendrían frío. Nos asomamos por la ventana. Vimos las mangas desesperadas pedir ayuda.

Bajamos las escaleras. Pero el pasillo se alargaba, la distancia entre la puerta que daba al jardín y nosotros se hacía eterna. Mi corazón saltaba. Si abríamos la puerta qué podía entrar a la casa. No se podía pensar que en el patio vivieran monstruos, en el patio solo vivían los árboles de fruta y los chécheres. 

¿Qué le pasará a la casa si nos vamos?

***

Qué podría haber descifrado yo de esa infancia. Ahora nos hemos encontrado llamándonos por teléfono, preguntándonos, ¿también tú soñaste con la casa hoy? Aunque hayamos tenido otras casas, aunque ya no estamos cerca la una de la otra, la casa sigue siendo la casa. Hace 10 años la vimos por última vez y se veía pequeñita, mínima, quebrada, metida en un barrio irreconocible.

Nunca le he preguntado si su infancia fue la misma que la mía. Las cosas han caminado con percepciones distintas, como si nunca hubiésemos compartido la misma habitación, ni el mismo recuerdo.

¾      Hola te llamo porque tuve un sueño anoche. Estábamos tú y yo viendo una película en la casa¾. Le dije a Clara.
¾      Y bajamos las escaleras a buscar los vestidos de mamá¾. Completó ella.
¾      ¿Entonces viste como el pasillo nos tragaba?
¾      Lo que yo vi es que bajaste las escaleras, te fuiste a abrir la bendita caja sobre la mesa, y sacaste de allí todas las muñecas que me rompiste cuando éramos niñas. Y que abuela remendó bruscamente, ¿te acuerdas que nos daba miedo como quedaron?

¾      ¿Me perdonas por eso? Pero esa parte no la recuerdo.










Bonus*

Fotos del día de la presentación. En un bar de karaoke. 
Con todas las autoras.