9 may 2019

El cuadro del niño que llora.



Mi nombre es Ana Isabel. Me llamaron así por mis dos abuelas. 
A mi abuela Ana le gustaba tener en casa los mismos muebles y adornos hechos a mano, jamás cambió nada desde que yo conocí su casa. Lo que daba miedo era ese resultado de sus costuras, su forma de hacer objetos y muñecos para ponerlos en las paredes. Pero eso se me hizo familiar con el tiempo. Pero mi abuela Isabel, que tenía el gusto de cambiar la casa, modernizarla, llenarla de televisores y pintar las paredes de colores pasteles, tenía en la pared de la sala un cuadro enmarcado que siempre me impresionó mucho, cuando estaba pequeña me asomaba en el borde de la pared para verlo. Y me pertubaba no entender porque tendría mi abuela ese cuadro ahí colgado y de dónde había salido, jamás se lo pregunté. Mientras crecíamos en las tantas modificaciones, un día no estuvo mas y nadie lo extraño. 

Hace dos días fui a ver La Casa Lobo en el GAM, en una escena de la película el cuadro está colgado en un rincón en una pared desgastada como la de ese tiempo cuando mi abuela aun no recibía su pensión petrolera. Al parecer el cuadro pertenece a una seria de niños llorones a los que se les ha puesto cualquier clase de leyendas encima. No creo en ninguna, ya decía Reverón, todo lo que hay que hacer para vender un cuadrito. 

El cuadro del niño que llora me recuerda a mi abuela. A mis dos abuelas en realidad, porque Isabel lo tuvo en su pared por mucho tiempo sin saber porqué y Ana porque siempre decía que sentía grillos en la cabeza que la atormentaban. Yo dibujo a una niña que llora porque me lleva a hacerme preguntas sobre cuales eran esos grillos que no la dejaban dormir y cuales son mis propios grillos y los anoto en mi blog y les hago dibujos. Ahora de adulta cuando la vida avanza siento que las puedo tratar de entender. Siempre hay dos lados en la moneda.