8 jul 2019

Soñé anoche.


Soñé tierno. Con mi padre, que había viajado hasta aquí en su conquistador negro, para traerme, por ese viaje que tenemos pendiente, a mi madre, mi suegra y a mi hermana. Papá tenía el cabello blanquito, entonces me sorprendió porque no fue en ese capítulo donde lo dejé. Yo le tomaba fotos con mi cámara.
Las tres subieron a una habitación en un departamento compartido, alegando que no querían quedarse en casa porque luego el agua podía salirnos muy cara. Que tierno es esto de que se pongan en un sueño a medir la cantidad de agua.
Yo apurada buscando donde hacerles café en una estufita eléctrica que traía el departamento. Serví galletas Reinitas que había buscado antes diciéndoles, miren ya las venden aquí.
Me desperté esta mañana, me di cuenta del sueño, y me largué a llorar, sí.
A veces pienso que esta parte ha sido muy larga, que es una película, que un día despertaremos y volveremos a una normalidad extraña. A una parte que es la verdad, la realidad. Donde la cabeza descansa sobre la verdadera almohada y duerme profundamente. Donde se piense de nuevo en estos lugares, para ser en ellos turista, estudiante, viajero, cualquier título que no sea migrante que proviene de un lugar roto.