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Elena & José Grafito para dos. |
35 años y el tiempo ha cambiado, no
se sabe si es la mata de la nostalgia lo que se siente en pleno viaje, o es
acaso el recuerdo de los días distintos, bastante distintos, es que ningún dia
se me parece a otro, a pesar de lo que digan. Vivir en aquella ciudad pequeña parece
no tener sentido, quizás si se vive sin norte. Recuerdo los días cuando tomábamos
el café los tres solos intentando despertarnos, los días que decidí pintar y me
subían una tacita al estudio, los días cuando nos traían regalos después de salir
del trabajo, un día cualquiera, no más por gusto, a los tres pequeños que vivíamos
con ustedes. Lo cierto es que ustedes dos son una imagen constante cada vez que
voy a dormir, y de la que me cuesta separarme.
Imagino el país que ustedes tuvieron,
hace 35 años, cuando decidieron casarse. En aquel país también era difícil tramitar
la cédula o el pasaporte, y la secretaria también llevaba sus respectivas uñas
postizas, donde el martillo ya empezaba a sumar sueldo. Donde construyeron una
casa que tenia jardines y que estaba detrás de la casa de Marcelino, y además vivían
las puertas de par en par. Viajaban por toda Venezuela, de ciudad a ciudad, con
carreteras que tenia huecos pero eran
seguras, y para una chama de 22 años, con promesa de trabajo en la industria, podía
construirse una vida. En todos estos años quizás se le olvido a mi madre que papá usaba
el cabello largo, y me dijo, si es verdad, y antes solo cantaba boleros.
Los ruidos
de la infancia son los tacones de mamá al llegar del trabajo a las 4pm. El cuatro
de papá en la salita de música, donde estaban los discos, las matas que rozaban
las ventanas y chocaban unas con otras. La cadena de la reja cuando abrían los
candados en las mañanas. El sonido de las escaleras de madera cuando las bajábamos
corriendo para ir al colegio. 35 años no pueden ser un resumen
o un soplo. Hay cosas que no pueden olvidarse. Celebrar los 22 de marzo, una
fecha favorita, una fecha en la que bajamos la vajilla que estaba reservada para
los 31 y la ensuciábamos. María cocinaba, y yo le pedía una crema y un
postre, María no esperaba que de pronto hubiera que hacer más cosas a última
hora, pero lo preparaba todo con gusto. Montada en una silla bajando las copas
rojas que les regalaron en su boda y buscando alguna florecita en el jardín
para completar la mesa. Esperarlos que llegaran del trabajo para sorprenderlos. María aun nos acompaño un tiempo
cuando nos cambiamos de casa, y volvimos a preparar una última vez la mesa. Ahora
era distinta, era de vidrio, un poco aparatosa, mamá luego decidió venderla, y
nos quedamos con la de siempre, las mesas rusticas de madera.
El día de su boda, hace 35 años, papá
vestía de beige y mamá de blanco. Las fotos de su boda muestran un día bastante
soleado en la catedral de la ciudad, mamá llevaba una manta y un vestido muy
bello, un corte setentoso y al natural, todo lo demás era un gran mesón vestido
con mantel blanco, sobre la mesa se multiplicaban las botellas y los amigos. El
tío de Coro, había traído la comida, que siempre era sencillita y suficiente,
la casa de abuela Chave estaba llena de gente. En las fotos se ven mis abuelos
vestidos de trajes claros. Mamá me comenta que quien la ayudaba era tía Irma,
que venía de Maracaibo, y quien la maquilló era la prima que también maquillaba
a los muertos. Sí, sape gato.
Hemos hecho la
tarea de recordar donde fue a parar el vestido de novia, pero mamá que se le
olvida todo, dice no tener ni carrizo de idea. Y quizás en algunas de las
mudanzas cayó en alguna calle, al cruzar cualquier esquina y quedo olvidada la
cajita para siempre.
Cumplieron 35
años de casados sin dar receta, porque como una vez leí, “de todos los actos de la vida de un
hombre el matrimonio es el que menos concierne a los demás”. Nadie entiende
como se soportan, y esa dedicación de mi madre de ser esposa, secretaria,
asistente de llamadas y enfermera personal. Aturdirse mientras lee en el sillón mientras él, que es todo
ruido, deja encendido a todo volumen el televisor. Imagino cómo sería nuestras
vidas si ellos fueran distintos, si hubiesen escogido otra ciudad, sino se
hubiese casado mi madre tan joven, si hubiese hecho otras cosas primero. El país
que les dio casa y vislumbraba vientos a favor, les obligo de pronto a volver a
empezar con lo que había quedado a la mano, por lo que unos tres niñitos que
estudiaban aun les tocó aprender sobre los días que no se parecen el uno al
otro y que guardar rencores es improductivo, y así como ellos era mejor cuando
estamos todos juntos, celebrarnos.
Eso hemos
hecho.
35 años son motivo
para escaparse, para celebrar una cena, toda hecha por nosotros. Pedir prestada
una cocina en una casita de piedra en la Sierra, donde volvieron a prestarnos
la vajilla entera para usarla a nuestro gusto, nos dieron una mesa para
llenarla. Curimagua les trae tantos buenos recuerdos a ellos, de los días en
los que papá tenía una camionetica con la que subían los cerros e iban a
fiestas. Nos hicimos de una receta con pétalos de rosas por la ocasión especial
y los dulces de chocolate de mi hermana, donde papá el que vuelve a cantar
boleros le dedicó nuevamente uno a mi madre. Sentados alrededor de la mesa nos
celebramos y mi madre volvía a ser una niña que volaba al ver la cama decorada
con pétalos de rosa y velas encendidas.
Si no lo han
notado aun, mamá y papá son de los que celebran tanto que son los últimos que
llegan a casa, los últimos que se van de la fiesta, y nosotros los que ahora no
somos tres niñitos, los esperamos preguntando, ¿pero bueno dónde han estado
ustedes?