20 dic 2020

Anitta Brett: el mar en una gaveta

 


Anitta Brett es el mar. Pero Anitta Brett es también la nostalgia.  Hay en su trabajo plástico mucho de la lejanía, la familia, la migración, la memoria, la infancia, temas que sin duda la marcan, como a tantos venezolanos dispersos por el mundo. Pero no son sus ilustraciones un espacio para el desánimo ni para la desazón, por el contrario, hay en los dibujos de Anitta optimismo, ilusión y fe. Creo que, así como la artista rescata maderas para hacer sus obras con ellas, también rescata territorios, momentos, sensaciones, emociones que le otorgan fortaleza y resiliencia.

En su colección de 2020 “Objetos Fantásticos” está como siempre el mar como referente, está esa luz caribeña tan clara en su escogencia de la paleta, pero a la vez el centro de su obra son esos espacios de encierro que son también entradas a un mundo paralelo. Hay en este catálogo énfasis en dibujos de escaparates, puertas, gavetas, espacios de la intimidad, lugares que guardan secretos. Pero a la vez esos muebles dibujados, no sé si será por los colores, no se sitúan en un apartamento en una metrópolis donde quizás hemos tenido que permanecer por meses durante la pandemia de Covid-19, sino que nos hacen sentir que estamos en una vieja casita a la orilla de la playa, que pisamos arena, que nos adentramos al mar caliente, que somos libres.

Siento que sus piezas tienen claves de su propia vida, pero a la vez quienes las vemos podemos reencontrarnos a través de ellas con nuestro propio pasado. Con nuestro país. Con nuestra infancia.

Además de los objetos referidos, hay en sus piezas personajes que se repiten. Están los pájaros, siempre asociados con la libertad y la migración; están los niños, que muchas veces están de espaldas o sostienen objetos como un barco de papel o un view-master, que dan la sensación de estar viajando sin moverse de casa. Hay también personajes que son símbolos probablemente de instantes vividos por ella: gentes de narices largas y puntiagudas, gentes disfrazadas con orejas de conejo, todos ellos recrean un imaginario propio que es un despliegue de metáforas.

Asimismo, arquitecta de profesión, Anitta en la actualidad ha hecho de la intervención de maderas sobrantes el centro de su obra. Así la madera, con su forma original, sirve como un soporte que no solo da textura a sus piezas, sino que también refuerza los conceptos propuestos por ella. Son, de algún modo, la integración entre naturaleza y arte.  

La artista, además, suele intervenir sus piezas con palabras, en su necesidad de dejar claros algunos mensajes. Las frases así se convierten en parte integral de las ilustraciones.

Finalmente, el mundo de Anitta Brett, con su mezcla de autobiografía y fantasía, es un planeta lleno de historias que las imágenes narran; un universo que siempre deja con ganas de adentrarse en él, de abrir cada gaveta pintada para hallar dentro de ella quién sabe qué, quizás incluso el mar.

Mireya Tabuas

Dic.2020






17 dic 2020

La Ballena que riega el piso con agua

 


Dejabamos que la manguera corriera por la cerámica del porche
y se metía en los charcos, 
abría las rosas.
poniamos jabón en polvo
y con las barrigas al aire libre y las rodillas gruesas
nos deslizabamos por el corredor
el agua estaba fresca y llena de espuma

la ballena tenía que ir a cerrar la llave
la ballena tomaba la pala y la escoba
barria
usaba tierra para sacar del piso el aceite del motor de los carros viejos
barria la tierra con el cepillo grueso
y abría la maguera y corria el agua para regar sus matas
y limpiar las ventanas
limpiarnos a nosotros aquellos pies llenos de barro y burusa
y los colgabamos sobre las sillas destilando el agua

todo aquello tenía destellos de luz
los pies, el piso, los charcos
cuando pegaba el sol de agosto





15 jul 2020

Pie en el cielo y en la tierra.



Escribo para que no se me olvide.


Ese día no estaba nerviosa, sabía que mi hijo llegaría a las 38 semanas. Fui un día antes a la clínica para monitoreo y exámenes que ni siquiera busqué. Yo sabía que no tenía que quedarme de una vez. El dr me dice que ya estoy dilatada un centímetro. Fui a la cafetería, compré un sanguche y pedí un café. Me los comí llorando. Se acaba a un tiempo, inciaba un proceso, que no sabía cómo sería para mi. El bebé no estaba engordando y había que sacarlo pronto.


Le escribo a mis personas cercanas, les escribo cuanto les quiero, pido disculpas por mis ausencias. Le escribo a mamá sobre ese cm. Toco mi panza. Me pregunta la camarera si estoy bien. Le digo que si. Que solo tengo leves dolores.



Dolores, de tener a mamá lejos. De que empezaba mi parto, de mi pie en el cielo o en el tierra, como siempre lo dijeron mis tias. De aquellas mujeres que no me contaron nada, que no debían quejarse, que solo debían mostrar al niño y decir ya llegó.



La madrugada del 15 de noviembre, sentí como las caderas se abrían, que la panza bajaba. Repetí lo de mi madre, no tuve ningún dolor hasta que llegué a los 6 cm.



Esta experiencia me transformó, veo a mi Charlie tomando en cuenta todo ese esfuerzo del cuerpo, del trance, los gemidos, el sonido. Se me nublaba todo y entraban agujas pequeñas en mi abdomen. Sentí calor. Sentía que me ahogaba.



Todas las partes que creí pasarían quizás estuvieron. Aunque el tiempo se me detuvo, empezaron a las 11:30 am las contracciones y a la 1:55 ya Bastián nacía. No después de los pujos, tuvieron que usar paletas de metal, yo abrirme por completo, cortar. Sentir el metal revolviendo adentro.



Algo pasó. En esos minutos donde nos quedamos solos, cuando me dije, ya es el momento, me pusieron la epidural, me llevaron al pabellón, y él pequeño no encontró de nuevo el camino que había tomado, y por más que pujaba no salía. Les pedí que me soltaran, que quitaran mis piernas de donde estaban amarradas que quería sentarme y hacerlo. El dolor seguía igual a pesar de la anestesia. Puse mis pies sobre un balde de sangre y como loca pujé. Él bebé logró bajar y allí de nuevo acostada usaron los fórceps.



Hay partes donde le pedí a la matrona que nos quedáramos solas. Que lo hiciéramos solo nosotras cuando estaba todo crítico y me decía el dr que tendría que hacer cesárea sino bajaba.

Cuando todo terminó el dr se acercó a decirme, con este parto me restaste años de vida. Era un bebé pequeño al que se le había enredado un cordón largo, larguísimo, y de eso sé que estaban sorprendidos.


Hay partes que no puedo describir. La labor de parto es la cosa más intensa que ha vivido mi cuerpo, que sigue adolorido tras varios meses después. Donde luego se siente una vagina irritada, que se queda sangrando 15 días, al que le pegan los entuertos de un útero acomodándose de nuevo donde estuvo.

Una mujer no cuenta mucho de estas cosas. Sobre la pérdida de sangre, sobre la falta de oxígeno, sobre lo que se siente una contracción. Sobre desmayarse en el primer baño si el agua corre caliente. Es un misterio. Hay descripciones fuertes como también la de mujeres que lo olvidan y las que dicen que aquello no duele.


Sé ahora que es el acto más humano, que yo me sentí como ese animal que protege a toda costa, que protege por encima del cansancio. Que se sienta en un borde donde te puedes quedar o salir librada porque existieron esas cucharas de metal que ayudaron a mi hijo a atravesar un canal para poder respirar.



Tengo en mi mente imágenes. Las manos de carlos. La luz sobre los ojos. Tengo presente el cansancio, el desborde, la desesperación cuando sentí que me rendía, encontrar minutos para respirar. Dije, saquen mis piernas de las amarras, quiero sentarme quiero pujar, tu puedes con esto, tu lo tenías pensado, te lo dijiste, cuando apenas viste el saquito en el primer eco, y me dije eres valiosa, tu puedes con esto, tu amas a esto.



En recuperación no pude culparme como habría hecho cualquier vez. El fórcep fue necesario por agotamiento, por aquel largo cordón, por el movimiento.



Cuando te sacaron bebé, pude volver de aquella desesperación. Vi su cara con asombro. Carlos diciendo ya está afuera ya está afuera.



Me vi la panza marcada con lo que estuvo, estar embarazada fue hermoso, acaso solo recuerdo esa parte cuando íbamos los dos al mismo ritmo.



Ahora duerme en mis brazos. Sé que dije ojalá te parezcas a ti mismo. Aunque en ti veo los ojos de mi hermana, de mi hermano, también veo lo nuevo, haces el sonido que extraño de los pájaros. Tenerte me devolvió algo que creía había perdido. Así que meses después le pude agradecer a mi cuerpo. 


Es extran;o, hoy que cumples 8 meses, cercano al numero de semanas de haberte tenido, es cuando siento que mi cuerpo esta regresando de toda aquella transformacion donde estuvo. 





6 abr 2020

INVISIBLES por Mireya Tabuas / ilustrado por Anitta Brett


C U E N T O S     S I N     C O R O N A

A U T O R A :  M I R E Y A     T A B U A S 
I L U S T R A D O R A :  A N I T T A     B R E T T
Invisibles

Papá quiere que cuando sea mayor siga la tradición de la familia.
Yo no puedo. En verdad no tengo vocación para este asunto.

Es de noche. Mamá y papá han salido a cumplir su trabajo en los callejones más oscuros. Antes no tenían necesidad de ausentarse de la casa. Hasta aquí mismo llegaban sus “víctimas” , como ellos las llaman. Después la fama de mamá y papá se extendió por toda la ciudad. Ya nadie quería venir a visitar la casa que habitamos. Mucho menos vivir en ella con tres fantasmas. 



Juro que no vuelvo a repetir esa palabra: fantasma. No quiero ser así. 

A veces pasan grupos de jóvenes, muy alegres. Gritan y hacen morisquetas. De repente alguien muy osado (como ese tal Rodríguez, ese otro Sánchez, aquella tal Núñez) se monta en el muro con la intención de penetrar en nuestro mundo. He notado que quien lo hace (sea Rodríguez, Sánchez, Núñez o cualquier otro u otra) siempre tiene la misma intención: impresionar a alguien que se queda esperándolo afuera con miedo y admiración. Pero la osadía dura pocos segundos. Papá y mamá se encargan de que el valiente salga pálido y aterrado, como si hubiera visto al mismísimo diablo en persona. 

Yo observo la escena con tristeza. ¡Estoy tan solo! Me encantaría que un día alguno de esos muchachos venciera todos su temores y entrara a hablar conmigo ¡Hay tantas cosas que quisiera saber sobre su mundo, sobre cómo montan patineta, sobre cómo se siente en las piernas un pantalón bluyín, sobre cómo se amarran las cuerdas de los zapatos deportivos! 

Yo siempre he vivido entre estas cuatro paredes. Es verdad que me sé de memoria cada rincón de la casa. Descubrí sus sótanos y mazmorras, su ático lleno de polvo y sus pasadizos secretos. Pero ya conozco bien todos los baúles, túneles, cajones y madrigueras. Hasta desenterré un tesoro lleno de morocotas y papeles amarillentos. Y estoy realmente aburrido de mis amigos ratones (espero que no me escuchen). ¿Qué se puede hacer con un ratón sino jugar al gato y al ratón? Y yo no soy gato ni tengo vocación de gato. A mí eso de perseguirlos todo el día me parece un poco tonto. Preferiría conversar con alguien sobre los amaneceres. Porque yo nunca he visto un amanecer ni sé lo que es. Pero de esos temas no saben los ratones. Ellos solo conocen quesos y ratoneras. 


Esta es una casa muy vieja. No recuerdo desde cuando se convirtió en nuestro hogar. Papá y mamá insisten en que me pertenece. Soy el único heredero. Por eso debo protegerla. Y para poder hacerlo debo aprender bien el oficio que ha practicado nuestra familia por generaciones. Tengo mucho miedo de la responsabilidad que me toca. Menos mal que debo asumirla cuando sea mayor de edad. Es decir, dentro de doscientos cincuenta y siete años.

¡Llevamos tanto tiempo en esta casa y yo no he crecido aún! Desde la ventana de mi cuarto he visto cómo los niños que tenían mi edad cuando llegamos aquí por primera vez se convirtieron en hombres. Se casaron. Tuvieron hijos. Sus hijos también crecieron, se casaron y nacieron nuevos niños. Pero la mayoría ya no vive aquí, ha vendido sus casas y en lugar de éstas ahora hay grandes construcciones: edificios, torres de oficinas, tiendas. La calle que era de tierra, después fue de piedra y ahora es una gran avenida con semáforos, carritos de perrocalientes y autobuses llenos de humo y ruido. Solo la casa, papá, mamá y yo permanecemos intactos, como si nuestro tiempo, nuestras horas y minutos fueran diferentes y más largos que los del resto del mundo. 



También Marta se fue un día. ¿Aún no he hablado de Marta? Era una niña tan negra, tan negra que en la oscuridad era transparente, así que un poco se parecía a mí que soy transparente. Marta vivía en la casa de al lado y un día entró aquí por la puerta de atrás, que nunca ha tenido cerradura. No esperó invitación por parte de nadie y no tuvo nada de miedo. Era bien de mañana, aunque las gruesas cortinas no dejan penetrar del todo la luz. Mamá y papá dormían, cansados del trabajo nocturno de asustar. Marta pudo recorrerlo todo y fue feliz. 

Volvía todos los días a las ocho en punto. Yo la veía ponerse los viejos sombreros y los vestidos de las mujeres de carne y hueso que alguna vez vivieron aquí, saltar sobre los empolvados muebles en los que se sentaron personas de carne y hueso, hablar con los espejos que reflejaron alguna vez rostros de gente de carne y hueso, leer libros de la biblioteca que alguna vez ordenó alguien de carne y hueso, jugar con el tren de juguete que fue de algún niño de carne y hueso. Nunca me acerqué para no asustarla, pero le dejaba regados, por aquí y por allá, especialmente para su diversión: caleidoscopios, cajas de música, un abanico, varios dados y botones de colores, paraguas, un muñequito de cuerda y hasta unos bombones que encontré en una antigua bolsita y que Marta nunca quiso comer. 

Un día no volvió más. Se marchó muy lejos. Vendieron su casa y la convirtieron en una escuela que después fue un supermercado, luego una ferretería. Hace poco tumbaron la vieja construcción y ahora en ese lugar hay un estacionamiento. 

Pero hace seis días y cuatro horas Marta regresó. Me costó reconocerla. Estaba muy gorda y arrugada. Y se apoyaba en un bastón de caoba, pero seguía siendo negrísima como la noche sin luna llena. Miró micasa como si se la quisiera llevar con ella. Y se sentó en los muebles, se probó algunos viejos sombreros, se puso a hojear algunos libros y movió un rato el tren de madera. El tiempo tampoco pasó para ella, era la misma Marta niña. Quise acercarme, pero no me salió la voz para llamarla. 

Todo esto me pone triste. Es aburrido estar siempre solo, pero así tiene que ser. Mamá y papá dicen que es la única forma que tenemos de sobrevivir. Si aquí viene a vivir una familia con niños, perros y abuelita incluidos, vendrá con ello todo lo que nos amenaza: luz eléctrica, bombillos, lámparas, nevera, computadora, televisor, fósforos, linternas. Esa luminosidad que va acabando con los nuestros poco a poco, porque con la luz desaparecemos, la gente deja de tenernos miedo. 

Hace un siglo éramos dueños de la ciudad entera. Ya nuestro reinado acabó. Las noches están pobladas de postes de luz, autos con faros potentes, avisos luminosos, discotecas e incandescentes bombillos de colores. Ya prácticamente no nos queda sitio para ejercer nuestro oficio. Cada vez somos menos. Los pocos parientes que nos quedan están dispersos en tres o cuatro casas olvidadas por la ciudad. 

Por eso papá y mamá se preocupan por mi vocación. Quieren que aprenda bien el oficio que los nuestros han ejercido durante siglos. Tengo que aprender a meterle miedo a la gente, es la única forma que tengo para poder permanecer en casa. 

Yo les sugerí a mis padres una solución distinta. Les dije que podíamos ser amigables y llegar a un acuerdo con alguna gente simpática que no tenga un lugar donde vivir. Nosotros compartiríamos con ellos la casa con la condición de que no prendan luces de noche y nos dejen la oscuridad en paz para divertirnos. Papá y mamá no quieren oírme. Se miran preocupados. Mamá dice:

 —¡Ay! No sé qué haremos con nuestro hijo. Tiene doscientos trece años cumplidos y aún no se le ha despertado la vocación. No tiene instinto de fantasma. 
(Usó la palabra fantasma así completa, aunque sabe que a mí no me gusta). 

Mis padres son una cosa seria. Quieren que cuando sea grande me convierta en lo que ellos desean. No me preguntan mi opinión. Yo, por ejemplo, cuando sea grande quisiera ser: 

1.-Bombero: Para apagar el fuego. Su luminosidad me hace daño a los ojos.
2.-Astronauta: Para ir a Marte. Tal vez los marcianos no se asusten de mí. 
3.- Biólogo Marino: Para conocer el mar. Debe ser como un abuelo fantasma, enorme, sin ojos y sin bigotes. 

Pero ya sé que no me aceptarían en ninguna de estas profesiones. Seguramente si voy a inscribirme al Cuerpo de Bomberos, a la Universidad del Mar o a la NASA pasaría lo de siempre: la gente saldría corriendo al verme y gritarían como locos, así sean muy científicos. 

Y si supieran que no hacemos nada. Todo es pura leyenda. Tenemos la misión de asustar a la gente, pero es por sobrevivencia. Así como los perros ladran, la gente habla y los pájaros vuelan, de la misma forma nosotros asustamos, pero no nos comemos a nadie ni tampoco hacemos daño. Nuestra sola presencia causa impresión en las personas. 

Tal vez somos demasiado transparentes y, como el sol nos hace tanto daño, no podemos ir a la playa a broncearnos. 

Ahora miro por la ventana. Papá y mamá salieron a asustar en los pocos callejones oscuros y solitarios que quedan en la ciudad. Se van molestos, porque nunca quiero acompañarlos. —Así jamás aprenderás nuestras técnicas —reclamó papá antes de atravesar la puerta sin abrirla. 

Entonces pasan apenas minutos. Alguien entra. Es Marta otra vez, tan invisible como la noche y como yo. Tomo fuerzas porque esta vez sí voy a hablarle. 




Cuento inédito de Mireya Tabuas,, 1996 
Ilustraciones de Anitta Brett 2020



ACTIVIDADES PROPUESTAS

Ya leíste cuáles profesiones le gustan al fantasma. 

¿Qué te gustaría ser a ti cuando seas grande? 
Escribe el nombre de la profesión o el oficio que te guste (pueden ser varios) y dibújalo. 

¿Tú crees que Marta y el fantasma hablaron? 
Escribe la conversación que ellos tuvieron. 

¿Cuál es tu juego favorito? 
Describe de qué se trata para que lo conozca el fantasma. 



CUENTOS SIN CORONA Este es un proyecto sin fines de lucro que se propone la difusión online de literatura infantil y juvenil, para acompañar a los niños y adolescentes, y también a sus familias y escuelas, en tiempos de coronavirus. Cada historia estará apoyada de propuestas de actividades complementarias a la lectura. Textos e imágenes han sido donados por los autores para este proyecto exclusivamente. Contactos: Autora: mtabuas@gmail.com Ilustradora: anittabrett@gmail.com 

25 mar 2020

La cara roja.























Don't blame me for falling
I was just a little boy

Harry Styles_ To be so lonely


Mi cara roja comenzó desde que me supe migrante.

Tanta sensibilidad encima, distancia y días solitarios de incertidumbre.
Lo traigo ahora, porque esta cuarentena lleva en mi muchísimo tiempo.
He visto como han subido miles de tutoriales, gente haciendo y aprovechando estos días. Sé también que yo llenaba mucho los días para justificar la distancia, o el hecho de cumplir sueños como el de dibujar a costilla de un país que nos pone muchas cargas encima. Sé el sacrificio de muchos para enviar remesas a sus hogares, haciendo trabajos que no aman.
Ahora mi cara roja me pasa factura de nuevo con acné y una mandíbula apretada. Este siglo prometía o promete reponerse, llevamos 20 años de estrés, sumemos una pandemia.



Yo me levanto aun a las 5:00 am porque tengo el sueño intacto y un grillo en la cabeza. Este blog.
La lucha con la Soledad la he pasado. Ser migrante freelance a la que le llegaron a tocar la puerta los monstruos.



Bien por los que han podido hacer tutoriales, aprovechar el tiempo haciendo. Simplemente yo no he podido. Aprendí que mucho del hacer es para no estar solo con uno mismo. Quiero practicar el dolce far niente sin remordimiento si el mundo se acaba.
Que te levante tu sueño. Hacer por tus sueños una cosa diaria y no una tarea tras otra interminable. Quédate en casa con tu monstruo habla con él. Dile que todo pasa. Que un día resolvemos nuestros propios misterios.


PD: Esta foto con cara de miedo me la tomó el fotógrafo Yessen Bruce en el estudio antes de la cuarentena.
Marzo 2020