Soñé tierno. Con mi padre, que
había viajado hasta aquí en su conquistador negro, para traerme, por ese viaje
que tenemos pendiente, a mi madre, mi suegra y a mi hermana. Papá tenía el
cabello blanquito, entonces me sorprendió porque no fue en ese capítulo donde
lo dejé. Yo le tomaba fotos con mi cámara.
Las tres subieron a una
habitación en un departamento compartido, alegando que no querían quedarse en
casa porque luego el agua podía salirnos muy cara. Que tierno es esto de que se
pongan en un sueño a medir la cantidad de agua.
Yo apurada buscando donde
hacerles café en una estufita eléctrica que traía el departamento. Serví
galletas Reinitas que había buscado antes diciéndoles, miren ya las venden
aquí.
Me desperté esta mañana, me di
cuenta del sueño, y me largué a llorar, sí.
A veces pienso que esta parte ha
sido muy larga, que es una película, que un día despertaremos y volveremos a
una normalidad extraña. A una parte que es la verdad, la realidad. Donde la
cabeza descansa sobre la verdadera almohada y duerme profundamente. Donde se
piense de nuevo en estos lugares, para ser en ellos turista, estudiante,
viajero, cualquier título que no sea migrante que proviene de un lugar roto.