Ana Brett.Angelitos y diablitos comiendo manzanas. 2015 En clases de ilustración. |
Reía por dentro, venir tan lejos,
casi el fin del mundo para escuchar, para rescatar de la memoria quizás, sacar
aquello que era tan común y cotidiano que lo dabas por sentado. Los rituales
han estado en mi familia, en las casas de los vecinos, es nuestra parte
mecánica, quizas no lo sabemos hasta que salimos a compararnos. Nuestro subconsciente nos hace prender las velas y
guardar el nicho en casa para pedirle a los santos que nos protejan.
Nos construimos altares sagrados,
creemos en esos espíritus que no han podido dormir. Sobre las carreteras le
rendimos homenaje con altares blancos a quienes se fueron trágicamente en accidentes. Así aparecen capillitas blancas en medio de la nada a
orillas del asfalto. Son nuestros altares a los desaparecidos.
Encuentro gracioso venir tan
lejos para que me pregunten, ¿En Venezuela acostumbran a estas cosas como en
México, llevarle promesas a los santos? No puedo evitar pensar en la última
vela que encendí en la capilla de las ánimas de Guasare con mi hermana, en la investigación
que leí sobre estas almas en pena. Que existen placas de madera y plata que se
mandan a hacer cuando te gradúas de preescolar, cuando te hacen una
condecoración, o cuando se te cumple un milagro y la llevas a la capilla para
colgarla. Pensé en las cantidades de brazos, piernas, cabezas, miembros de
plata colgados en las iglesias, en las estampitas a José Gregorio Hernández, en
la vez que vi en el agua el rostro de la Madre María de San José y me dio tanto
miedo que salí corriendo.
Me reencontré con el altar que
abuela le monto a Marcelino después que falleció. Recordé también su caja con las tarjetas de bautizos, que no se botan, se guardan para tener prueba de que sí fuiste
bautizado porque hubo fiesta.
Recuerdas el altar que papá le
montó a San Juan Bautista, en la fiesta anual que le prepara con tambores y
torta de cumpleaños, donde normalmente me pedían que le llevara fruta, cuando
terminaban los cantos y yo me dirigía a las manzanas, pasaba delante de mí
alguna de las señoras mayores a decirme que si yo las había traído no podía
comérmelas.
Recuerdas inevitablemente, el nicho que mi madre tiene para a la virgen de la Chiquinquirá en casa, y de las veces que la llamas para decirle, Madre prénde una velita a la virgencita porque quiero que se me cumplan los deseos, y mamá responde, hija ya te prendí la vela, Dios nos ampare y nos proteja.
Recuerdas inevitablemente, el nicho que mi madre tiene para a la virgen de la Chiquinquirá en casa, y de las veces que la llamas para decirle, Madre prénde una velita a la virgencita porque quiero que se me cumplan los deseos, y mamá responde, hija ya te prendí la vela, Dios nos ampare y nos proteja.
Es inevitable escuchar a la profesora hablar de los exvotos mexicanos, los cuales eran un referente y en ellos se inspiraba Frida Kahlo, sin mirar atrás y ubicar en la memoria los lugares exactos donde abuela Ana tenía su altar a los santos, el nicho de la casa de mi abuela Chave donde estaba la virgen del rosario vestida de amarillo, donde nos gustaba curiosear de niños. Es habitual que la memoria esta asociada al ritual, a la parsimonia con que mis abuelas, mi madre y mis tías encienden sus velas y le piden a sus santos.