El sábado pasado proyectaron La Soledad en el centro cultural La
Moneda.
Quería ver esta película desde
que me tropecé de casualidad con el tráiler.
Las escenas rudas de la
realidad por instinto quise rechazarlas, toda la marginalidad del lenguaje
atrofiado que se instaló en nuestro país no lo soporto. Pero me quede
observando porque estaba buscando esa casa desecha, porque me detengo muchas
veces frente a lo que está roto con admiración, porque pienso en lo imposible
que parece seguir sosteniéndose a los golpes, sobreviviendo a ellos, al tiempo
y a la desidia. Eso me causa miedo, fue lo primero por lo que se encendieron
mis alarmas para decidir irme del país.
Es muy difícil para mí ver la
calle rota y los pájaros negros.
Así que me aferre a las escenas
maravillosas sobre lo que está más allá, la película lo exhibe bellamente y me
pregunte por qué no fueron más largas, porque no quedarse un rato hablándole a
los fantasmas.
Esta película remueve. La parte
marginal remueve, pero no me permitió llorar, a pesar de que intentan
convencernos de que la realidad no la escogimos nosotros, a veces pienso que
uno puede tratar de ordenar al menos los cuartos propios.
Siempre pongo la casa como
ejemplo. La mejor metáfora de lo que le sucede al país es ver una casa grande,
virtuosa, abierta que parece sin límites, metida en una atmósfera desagradable
que la asalta y le carcome las paredes. Uno tiene la casa como tiene la mente,
por eso el esfuerzo de que la casa nos eduque si está bien hecha.
Mientras tanto seguimos sin
entender, porque quizás la herida está muy abierta, por qué nos tocó este
esperpento de país al que parece debemos cerrar y donde aún habitan los seres
queridos llevando bandazos.
Gracias por esta película.
Director> Jorge Thielsen
Armand.