Pensé en hacer un cuadro para colgar en tu pared, ponerle viento y llenar la sala. Hacer algo que
saliera natural, manifestando que de vez en cuando uno se despide y sigue
adelante. Porque no se puede vivir sedentario, ni recogiendo el desorden que
otros hicieron. Hay que salir afuera buscando respuestas, haciéndose la idea de
volver con una mejor cara para el futuro. O por lo menos esa es la idea.
Así que en la necesidad de buscar
una imagen para colgar en la pared de una casa futura; aboqué mi inspiración en
un artista que dibuja mundos, Einar Turkowski, el hace mundos flotantes que
parecen ciudades del futuro. Me preguntaba si mi casa debería también estar en
las nubes, pensarla, idealizarla como un lugar que cambiará en la vida, que
puede estar aquí o allá. Entonces imaginé que para eso, debíamos primero
deshacernos de todo aquello que nos ata, dejar que todo fluya, que el viento
desordene las hojas, que nos recuerde que podemos abrir las puertas y hacernos
un lugar.
¿Es acaso un recordatorio esta
pintura?, de trazarnos nuevos horizontes, no es un cuadro de remordimientos, ni
angustias, no es un cuadro reseco, es más bien de otoño y de renacer en una
casa que necesita de inspiración y espíritu.
Ahora bien, ¿cómo se dibuja el
espíritu?, porque no pensar en la vida misma, pensar en los cambios, en deponer
los miedos, en aprender, quizás entonces deba llevar la pieza una palabra que sugiera
lo poco práctico de que querer tenerlo todo figurado de una vez, que a veces
necesitamos silencio. Quizás lleve profundidad, vacío. En el vacío se nota el
silencio, más bien te abraza. Aunque ya la casa es bastante silenciosa como
para agregarle vacío, así que debería sustentarse en algo, porque estos días
son tan poco comunes, todos los días nos replanteamos las ideas, nos mueven el
piso.
El Cuadro de la Sala. Ana Brett 2014 Grafito. |
Así que debo agregar balance. Porque
es difícil encontrarlo cuando la mente está dispersa. Toca preguntarnos ¿qué
buscamos aquí? ¿Ya contribuimos suficiente?. Entonces por último, pensé que no
debía ponerle rostros al cuadro, pero sí caminos, podía ponerle proyectos,
dibujar sobre la madera un valle de puertas que nos recuerden las
oportunidades. Y hacer al igual que Turkowski, nuestro propio mundo.
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